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  • Foto del escritorNadieszka Sarama

Hilos de Oro Mate

Actualizado: 13 ago 2018



Todos bailaban al ritmo de Waltz, y por supuesto de Vivaldi con su pieza de primavera, no faltaba una buena Champaña para celebrar y grandes carcajadas que se escuchaban hasta el otro lado de la calle.

Como siempre las tardes en Nueva York eran grises y oscuras, las calles estaban repletas de papeles, no hacían nada más que volar por toda la cuidad, me acerqué y vi detenidamente una gran lista, todavía no concebía de que se trataba hasta que vi mi apellido ahí. Sali corriendo a preguntarle a papá, se quedó atónito así que no quise curiosear más sobre el tema. Mi madre, en cambio no podía de la emoción, recuerdo que esa misma tarde paseamos por la quinta avenida, había una tienda que sobresalía de las demás y de inmediato me enamoré de aquel enorme y brillante vestido, la cuidad al parecer estaba en furor y por fin entendí de que se trataba todo el alboroto: El baile de los 400. Era la fiesta más grande que podía existir, el evento estaba a cargo de Caroline Astor, perteneciente a la aristocracia newyorquina, era una dama, pues claro, ¿qué se podía esperar de una de las mujeres más ricas de Nueva York? Toda mujer quería ser como ella, incluyéndome, pues daba mucho de qué hablar, la elegancia con la que portaba sus vestidos, su manera tan intelectual de hablar, simplemente era su gracia lo que hacía de ella el centro de atracción, era la mujer ideal de cualquier hombre y su esposo William bueno, creo no que pasaba tiempo suficiente con ella. El señor Astor era un magnate, dueño de casi todo Nueva York, y ¿por qué digo casi todo? Al otro lado de la cuidad se encontraban Los Vanderbir, dueños de lo que restaba de la ciudad, igualmente eran conocidos por las grandes fiestas que hacían, de hecho, se rumoraba que Carolina ideo el baile solo para provocarlos.


En fin, la noche se acercaba y en la entrada principal del lujoso hotel, todo el mundo se saludaba, no hacían nada más que presumir sus costosos vestidos, los hombres con trajes negros, sombreros altos de copa, chalecos que entallaban su cintura y lo que no podía faltar, un blazer de cola que los hacía distinguir de la alta sociedad, era como ver a un dandi recién llegado de Londres, solo que en la fría cuidad de Nueva York. Las mujeres con vestidos largos de pliegues lisos, algo de encaje e hilos dorados que normalmente se confundían con la belleza de los brocados, cinturas bien marcadas, tocados de flores que se apreciaban su olor hasta el otro lado de la sala, parecían vestidos hechos con oro por el brillo que se notaba en el movimiento al danzar. Todos bailaban al ritmo de Waltz, y por supuesto de Vivaldi con su pieza de primavera, no faltaba una buena Champaña para celebrar y grandes carcajadas que se escuchaban hasta el otro lado de la calle.


Por mi parte me encontraba en las afueras del Hotel Astor, la verdad que hacía bastante frio, intentaba girar mi vestido para que mis hilos lograran brillar como el de todos los demás, si, mi apellido estaba en la lista pero al parecer no éramos los únicos Cock, mis padres no eran más que otra familia trabajadora y humilde de Nueva York, mi madre estaba tan feliz porque quería que el negocio de la familia creciera y es que una mujer que cose no gana mucho, yo…bueno siempre me quedare con las ganas de usar aquel vestido de fiesta que vi en la quinta avenida.

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